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Reflexión

Un arte de vivir

¿Vivir un arte? Sí, y no es ninguna de esas frases bobas que llenan las estanterías en las portadas de los llamados «libros de autoayuda» o, ya no digamos, las que a modo de postal electrónica circulan -eso tengo entendido- por Whatsapp e inundan las redes s(u)ciales. Ripios acompañados de un paisaje pasteloso que pretenden una profundidad de la que carecen. ¿Cómo te diría? «No permitas que ningún horizonte determine tus límites», «No vemos las cosas como son, las vemos como somos nosotros», etc… Cáscaras huecas o perogrulladas sin ninguna trascendencia. Cuando llegan a nosotros caben dos actitudes: la del lector ilustrado que se da cuenta inmediatamente de la inmundicia intelectual que tiene delante o la del incauto que se confía a ellas creyéndose el pequeño saltamontes y le pasa como al bañista que, arrebatado por la inmensidad de unas aguas azulitas y cristalinas, busca una roca desde la que zambullirse y se rompe la crisma por no haber reflexionado sobre la relación entre extensión y profundidad.

El otro día te comentaba algo sobre la importancia de ir a lo esencial para saber quiénes somos. Abundando un poco más, hoy te hablaré de uno de esos libros que sólo se deberían escribir en la vejez, porque lo contrario es, creo yo, temerario y bastante petulante; aunque eso no quita que el lector pueda beneficiarse de su lectura mucho antes: siendo un adolescente, por ejemplo. Tendría yo unos quince años cuando cierto clérigo -lector voraz, astuto y culto- me recomendó la lectura de Un Arte de Vivir. Su autor fue el gran novelista y diplomático francés André Maurois; cuentan en su haber obras tan espléndidas como la Historia de Inglaterra -¡casi nada!- o una biografía magnífica de Benjamin Disraeli. Debo reconocer que el olfato del cura acertó de pleno cuando decidió entregarme ese viejo libro editado en Buenos Aires; su lectura me marcó e imprimió, como el sacramento del Orden sacerdotal, carácter.

André Maurois no divaga, no se pierde en frases vacuas o incomprensibles para el común de los mortales. Divide su obra en cinco artes, a saber: pensar, amar, trabajar, mandar y envejecer. No cae en la vulgaridad de dar consejos, simplemente reflexiona asentado en su experiencia sobre lo cotidiano, que es, en definitiva, lo fundamental. No te voy a desvelar más secretos del libro, no podría traicionar así a Maurois. Si te interesa y tienes el tesón suficiente para hacerte con un ejemplar -por desgracia y como tantos buenos libros, que yo sepa, está más que descatalogado- me lo agradecerás y sacarás mucho fruto de su lectura.

 

Antes de acabar te confesaré cuál es mi parte favorita del libro: «no cansar». En el segundo capítulo dedicado al arte de amar, con acierto absoluto, Maurois nos advierte, por propia experiencia, del peligro de ser cansinos. ¡Gran verdad! En el amor como en todo, ¿hay algo más patético y letal que ser pesado?

 

 

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